La experiencia de visitar Notre Dame, tan solo 24 horas antes del incendio, le permite a uno reconocer que la catedral parisina, además de ser un ícono de la arquitectura, religiosidad y sociedad de la Europa Central, también se había convertido en una casa de acogida para los inmigrantes de Latinoamérica y Asia.
En varios de los países de la Unión Europea se ha cuestionado la obligación de ayudar o acoger a los inmigrantes. En Gran Bretaña muchos ciudadanos pensaron que, pronunciándose a favor del Brexit, se solucionaría al asunto de la inmigración. Al mismo tiempo, Alemania y Francia están absorbiendo la mayor cantidad de refugiados, lo que ocasiona tensiones internas en sus propios países; y todos sabemos que estamos viviendo un debate en las diferentes regiones del mundo sobre nuestra calidad de inmigrante y sobre los derechos humanos que esto conlleva.
La Catedral de Notre Dame, dedicada a la Virgen María, es y seguirá siendo una de las catedrales góticas más antiguas del mundo. Inicia su construcción en 1163 por el Presbiterio y avanza hasta el 1351 con el cierre del coro, posteriormente una importante restauración de 20 años en el siglo XIX, le dio el aspecto actual que conocimos hasta la tarde del lunes 16 de abril pasado.
En Notre Dame han sucedido significativos acontecimientos para la cultura occidental de Europa, como, por ejemplo, la Coronación de Napoleón I, el 2 de diciembre de 1804; o el Te Deum por la Liberación de París, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el 26 de agosto de 1944. Sin embargo, hasta ese fatídico lunes albergaba en su interior y cotidianidad parte de la historia religiosa latinoamericana, más que europea.
En su nave derecha, dos de las capillas acogía a los inmigrantes latinoamericanos, entre ellos, el Señor de los Milagros o Cristo de los Milagros en Perú, a quien se lo venera especialmente en diferentes lugares de Hispanoamérica.
Otras de las imágenes presentes en la capilla de Notre Dame es la que el Papa Pío X proclamó «Patrona de toda la América Latina», Pío XI la definió de todas las «Américas», Pío XII la llamó «Emperatriz de las Américas» y Juan XXIII «La Misionera Celeste del Nuevo Mundo» y «la Madre de las Américas»: Nuestra Señora de Guadalupe de México.
En otra de las capillas está Nuestra Señora del Luján de Argentina. Sobre ella, el actual Papa Francisco ha señalado: “Tenemos que aprender cada día a ser más justos en la vida. Que se nos enseñe dónde habrá que poner una mirada más abierta y disponible, menos egoísta o interesada, que se nos enseñe a que no hagamos la nuestra, a que no se diga de cada uno de nosotros ‘Este hace la suya’, sino hacer una mirada, una gran mirada que nos haga hermanos, que nos preocupemos siempre por los demás”.
Lo cierto es que Notre Dame, en nuestra era histórica, se estaba convirtiendo en un espacio de acogida para las advocaciones religiosas de los inmigrantes de Latinoamérica y Asia. Estaba siendo un espacio real de integración, en una Europa resistente al reconocimiento del inmigrante y su cosmovisión cultural.