El 27 de febrero de 2010, a las 03:34 am hora local, un sismo magnitud 8.8 (Mw), con coordenadas hipocentrales 36º 17′ 23″ Latitud Sur, 73º 14′ 20″ Longitud Oeste y 30 km de profundidad, remeció la zona centro sur de Chile y produjo un tsunami muy destructivo, que el Centro Sismológico Nacional denominó como el terremoto del Maule.
Este sismo se produjo debido al desplazamiento súbito de la placa de Nazca bajo la placa Sudamericana, en un área que se extendió aproximadamente desde la península de Arauco por el sur hasta el norte de Pichilemu, cubriendo unos 450 km de longitud en dirección prácticamente norte- sur por un ancho de unos 150 km.
Un total de 75 bienes patrimoniales con daños mayores, dos destruidos y hasta uno desaparecido fue el resultado que arrojó, en primera instancia, el catastro realizado por el Consejo de Monumentos Nacionales. Al 23 de marzo el organismo había examinado 241 monumentos nacionales y un inmueble de interés cultural entre las regiones de Valparaíso y Biobío, con el fin de determinar los daños que el fatídico sismo provocó en el patrimonio cultural de la zona.
Hoy, a la destrucción luego del 27F, se suma el descontento por el concepto de patrimonio cultural instaurado en nuestro país. Porque no es posible comprender el patrimonio como un objeto muerto, sino como un proceso en constante resignificación y discusión, aspecto que genera una permanente pugna con grupos que buscan instalar su mirada hegemónica y que responde a extremos ideológicos.
Ciertamente, los bienes culturales hoy son algo más que herencia cultural. De hecho, en las últimas décadas estos se han convertido en reales activos económicos, especialmente en el área del turismo, para muchas comunidades en Chile, sin perder por ello su aporte cultural y educacional. Punto importante, al respecto, es que cumplan con las necesarias condiciones de sostenibilidad para evitar la sobreexplotación de los bienes culturales, que causen daño y destrucción en el largo plazo.
Por otra parte, la desconfianza en los procesos institucionales ha significado un aumento de las murallas y alambres de púas en los distintos lugares del país: En tiempos antiguos las ciudades amuralladas no solo servían como sistema de defensa militar, testimonio de tecnología e ingeniería de la construcción, sino que también reflejaban claramente la ideología de nuestros ancestros respecto a la elección de estilo de vida y planificación urbanística de las urbes.
Hace diez años se produjo la destrucción y pérdida de cientos de vidas, las cuales son el patrimonio más importante de una nación. Nuestro desafío, hoy, es aprender a vivir juntos sin murallas ni alambres. Es una deuda que tenemos con nuestros hijos e hijas.