En 1954 la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó a todos los países que destacasen un día en el calendario para dedicarlo a la promoción de los derechos de los pequeños y pequeñas, organizando actividades para promover su bienestar social. En Chile a inicios del siglo pasado se creó una semana de la niñez para, posteriormente, en la década de los ochenta establecerse el Día del Niño en el mes de agosto, en una alianza público-privada que permitía cumplir con lo recomendado por Naciones Unidas y ser funcional al mercado imperante en el país.
La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada el 20 de noviembre de 1989 por Naciones Unidas y busca promover en el mundo los derechos de los niños y niñas, cambiando definitivamente la concepción de la infancia. Chile ratificó este convenio internacional el 14 de agosto de 1990, el que se rige por cuatro principios fundamentales: la no discriminación, el interés superior del niño, su supervivencia, desarrollo y protección, así como su participación en decisiones que les afecten; desde el arte se releva la participación activa de niños y niñas en la vida cultural de su comunidad, a través de la música, la pintura, el teatro, el cine o cualquier medio de expresión.
Ante la pronta celebración de un nuevo Día del Niño es tiempo de observar, de modo crítico, nuestro real cumplimiento de esta Convención, de modo de denunciar los nudos críticos en el bienestar integral de niñas y niños, los casos de negligencia de instituciones públicas y privadas que hemos conocido en los últimos años.
El acceso a educación de calidad por parte de los niños, en este contexto, es un derecho humano que se verá enfrentado a importantes cambios en los próximos años. Los sistemas educativos de todo el mundo sufrirán grandes modificaciones de aquí a 2030, propiciados por la revolución tecnológica y la era digital. En la próxima década, las redes digitales van a convertir los colegios en «entornos interactivos». Todo lugar será un espacio de aprendizaje, mientras que la frontera entre el colegio y el hogar se desdibujará y el aprendizaje no se restringirá a unas horas y a espacios concretos. El rol del maestro cada día más será el de un guía y facilitador de los talentos de los niños.
La educación del futuro valorará el desarrollo y la capacidad creativa e innovadora de los niños, fomentando el pensamiento complejo, crítico y reflexivo, acompañado de un aprendizaje colaborativo y con adecuado uso de la tecnología y mundo virtual. El currículo consignará un proceso personalizado a la medida de las necesidades de cada estudiante y se valorarán las habilidades personales y prácticas, el aprendizaje se desarrollará a lo largo de toda la vida y no se limitará sólo a la etapa de formación obligatoria y la educación superior. Pero también requerirá una mayor inversión en capital humano de calidad que guíe a las niñas y niños en una gestión de los aprendizajes con mirada estratégica y no cortoplacista. Es ahí donde la Educación Pública tiene un papel clave en la igualdad de oportunidades y en el cumplimiento de los acuerdos que hemos firmado como país.
El Andino, El Ilustrado, La Estrella de Valparaíso, El Diario de Atacama, Líder de San Antonio