El enorme incendio que devoró, hace unos meses atrás, el Museo Nacional de Brasil en Río de Janeiro fue calificado como «una catástrofe» para la historia y cultura de este país y de todo el continente.
Su colección alcanzaba 20 millones de piezas de diferentes períodos de la historia de Brasil y del mundo, de las cuales se estima el 90% fue consumida por las llamas. Hasta ahora no se conocen las causas de tamaña tragedia, pero tal vez la mayor haya sido el abandono y la precariedad de la memoria cultural de nuestros países.
Por décadas se ha tenido evidencia de que una educación adecuada, pertinente y significativa contempla el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos y la valoración de su historia y patrimonio; además es decisiva en la adhesión a la democracia.
Sin embargo, los países de América Latina al establecer sus problemas más importantes priorizan otras áreas como el empleo, la seguridad, el oportuno acceso a la salud y pensiones dignas. En esta enumeración, la educación ocupa el quinto lugar, lo cual evidencia la degradación estructural de nuestras organizaciones sociales, culturales y políticas
Esta “caída” de la importancia de la educación explica, en cierta medida, la crisis de representación, liderazgos y participación que cruza la región y vuelve a las sociedades vulnerables a regímenes autoritarios.
En aquel incendio que recordábamos se hizo cenizas la historia de Luzia, una mujer que se piensa tenía entre 20 y 25 años al momento de morir y que las pruebas con radiocarbono de sus huesos permitieron datarlos en al menos 11.400 años. Fue encontrada en 1975 en la cueva de la Lapa Vermelha, en el Estado de Minas Gerais, lo que la convirtió en su momento en el esqueleto humano más antiguo de todo el continente y en los restos más pretéritos de una mujer americana.
Tal vez Luzia, en su larga estancia en el museo, estaba cansada de ver a sus descendientes que la visitaban abandonar sus convicciones por el desarrollo humano y la democracia. Cuantas Luzias vivas o fallecidas están en nuestro entorno y ven que el esfuerzo por emprender un avance educativo cultural con enfoque de género, de derechos y de interculturalidad, es constantemente minimizado, castigado o desvirtuado.